2.- ¿Cómo instaurar valores en la escuela en un ambiente de tanta impunidad en Venezuela? (Pregunta vía REDTEBAS)
En varias oportunidades me he referido – y me seguiré refiriendo- a este tema de los valores, polémico, fundamental y con frecuencia malentendido (ver otras entradas del blog).
Los valores son complejas instancias de fe. Son los grandes referentes en el marco de los cuales se construye el mundo que cada quien, que cada grupo y sociedad acepta y tiene como tal.
Lo que se finalmente se entiende como verdad, tiempo, espacio, movimiento, trascendencia, vida, muerte, placer, trabajo, sacrificio… deriva de los valores dominantes.
En la medida en la que un conjunto humano construye valores ellos tienden a conjugarse como sistemas, en complementariedad no limitada, sino mas bien difusa e integrada, y, como tal, difícil de definir. Pero no por ello inocuos. A esos sistemas de valores los podemos llamar Culturas.
Cuando propongo a Venezuela como una cultura en maceración estoy pensando en esa convergencia de valores de diferentes culturas, a los que se agregan otros emergentes o protovalores en. Esto va y sigue ocurriendo en diferentes momentos y en una diferente espacialidad y ámbito ecológico. Maceración que puede resultar más menos rica en cuanto la dominación de procedencia de algunos de ellos no aplaste la necesaria diversidad.
Occidente, como cultura moderna, desde principios del siglo pasado y acompañando el petróleo, se estableció con poder excluyente en Venezuela, generando una fuerte discriminación entre los que iban occidentalizándose y los que no. Adoptando los ya occidentalizados aires y actitudes de civilizadores agresivos. Ésta puede ser, en cortas palabras, la interpretación del último siglo y reciente década de nuestra historia.
Es así como liberalismo y socialismo, dos ideologías correspondientes a ese industrialismo occidental, tapan el panorama de la necesaria búsqueda de la propia comprensión y la consiguiente construcción de nuestro sistema de valores, y desde ellos nuestras maneras de producir y crear, de convivir y disfrutar.
Dicho esto, hay que entender que los valores no se enseñan ni imponen por lo que no siguen a prédicas, discursos, castigos o represiones. Se construyen complejas interacciones sociales, en el juego de su ejercicio. A veces relacionados o pautados por grandes acontecimientos, catástrofes o dolores. A veces por grandes logros sociales o consecuentes y reiteradas experiencias.
Siempre originados en la religiosidad humana, en esa facultad constitutiva que nos hace – o permite- proyectar sobre cosas o pensares las calidades de la animación y la generación. Así, dioses, santos, banderas, músicas… se hacen vivas y fecundas, dándole a la vez, sentido a nuestra vida.
Un valor no es una buena o mala conducta. Los valores no son universales. Son integrantes, como ya he dicho, de una cultura: la vida, el amor, la violencia con frecuencia son vistos de manera diferente. La vida puede ser la propia y no la del enemigo o subordinado. El amor puede ser de uno o de muchos. La violencia puede ser aceptada como consecuente con la percepción de sí mismo y su supervivencia. No hay que ver sino el conflicto entre palestinos e israelíes para comprender esta diversidad de los valores, aun cuando se les llama con las mismas palabras.
Así, la construcción (o instauración) de los valores es inseparable de una práctica consecuente, al ejemplo. No es raro encontrar valores que han emergido asociados a grandes crisis o catástrofes y superaciones consiguientes. Esos procesos y superaciones resultan proyectados, muy humanamente, a símbolos que los evocan y sustantivan para cultos y devociones. En esa condición los símbolos tiende a separarse de lo simbolizado. Y mientras lo simbolizado se da en los inevitables agites y cambios sociales, los símbolos permanecen estáticos con tendencia a frenar los mismos cambios.
. Los ambientes de aprendizaje son buenos para su cultivo en la medida en la que se ejercen. A esa práctica debe agregársele el ejemplo, el imprescindible modelaje que contribuye a crear ese ambiente donde los valores se hacen referentes para el actuar, decidir y aproximarse a las cosas y relaciones.
Un ambiente de impunidad refiere a poca cohesión social y, consiguientemente, a debilidad o ausencia de los valores correspondientes. Un grupo social, una nación se cohesiona alrededor de valores establecidos y asumidos como grandes referentes. La corrupción, entendida como apropiación indebida de los bienes comunes, en Venezuela llega al extremo de no ser una circunstancia sino a ser una característica. Lo social es pobremente percibido.
Las instituciones en general, no han sido producto de maduraciones propias. En buena parte se han importado, copiado o impuestas – mayormente aquellas de origen europeo- sin ser consiguientes a procesos históricos ni a valores establecidos. Así que la gente termina percibiéndolas como simples fachadas. Esa debilidad las hace dúctiles y sometidas a los intereses políticos o económicos.
Así, resulta impune que el gobierno se apropie de los medios de comunicación para su permanencia en el poder. Así, opositores y oficialistas ocupan lugares indistintos en los que se benefician y comparten prebendas, comisiones y sobreprecios.
Esa impunidad – ese pobre lindero de los valores – es asumida como manera normal de actuar. La represión social, el castigo o censura no es ejecutada ni percibida. El joven delincuente – asesino o ladrón – encontrara su falta leve y más bien asociada a su realización personal en el cuadro de sus inmediatos.
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